22 de agosto de 2008

Lecturas veraniegas (entre todo lo demás)

Solo un breve paréntesis en la "rutina" vacacional de dormir + piscina + comer + siesta + siesta + comer + dormir.

Estoy leyendo mucho. Empecé con Junot Díaz, de cuya novela en spanglish me gustaría hacer un comentario más detallado en cuanto vuelva.


Luego sufrí para terminar "All the sad young literary men", que había comprado por Amazon porque me gustó la portada y el título, pero que ha resultado bastante tostón. Otro día disertaré escupitajísticamente sobre algunas primeras novelas que tienen un tufillo inevitable a experiencias personales pasadas por el tamiz del Word.



Ahora estoy dándole al bueno de Michael Chabon. Mi primera experiencia. De momento bien, divertida. Me apetecía leer novela negra y, aunque este sindicato de policía yiddish no es exactamente lo que esperaba, es muy entretenido.


A ver si me lo termino en un par de días, que me está esperando David Foster Wallace, mi nueva tradición veraniega.



13 de agosto de 2008

El binomio fantástico

Por alguna razón curiosa de la naturaleza, el bochorno de agosto, o la lluvia de Perseidas, este verano me ha dado por Bach y Debussy. Pero no cualquier Bach y Debussy, sino por el Preludio de la Suite Inglesa nº2 BWV 807 y el Claro de Luna.

Vete a saber de dónde viene esa combinación. Quizá del armario donde guardo las partituras, amontonados unos popes de la música encima de otros, cogiendo polvo durante la mayor parte del año y dándose codazos mutuamente para sobrevivir al encierro, hasta que llega el solsticio de verano, a mí se me encienden los dedos con rayos X como a Supermán y me entran ganas de pulsar teclas en blanco y negro.

Vete a saber de dónde saqué yo a Debussy, porque a Bach siempre acabo volviendo como Nietzsche a la locura. Pero hacía unos mil trescientos años y dos semanas que no tocaba esa suite. Y qué decir de Debussy, con quien hice mis pinitos cuando estudiaba y a quien no he sido capaz de volver a poner cabeza en todos estos años, quizá porque es demasiado sutil y yo tengo muy poca paciencia (ay, esa cathédrale engloutie).

Así que las tardes de los calambres en los dedos me siento en la banqueta mal ajustada (se inclina más de un lado que de otro), quito el fieltro rojo y empiezo con una conversación ligera con Johann Sebastian, que es tan culto y tan intelectual, siempre en su sitio, como un buen caballero barroco:



(Lo digo, no puedo evitarlo: no me gusta nada cómo pone las manos este Ivo Pogorelich, cómo acelera por la sola razón de acelerar, como si dijera: nena, este soy yo, mírame)

Y al rato, cuando ya he tenido suficiente charla matemática, hago una visita al bueno de Claude, que a primera vista puede parecer antipático pero, en el fondo, solo es tímido, y tiene esos ojos tan dulces:



(Esta versión no está mal, pero la luz de la luna parece ser muy popular entre los youtuberos y a Arturo Benedetti Michelangeli se lo han dejado arrinconado en una esquinita).

Ya veremos si el otoño me sorprende con estas dos piezas en mi repertorio. Si vencen a las siestas, a las olimpiadas, si pueden más que la segunda temporada de Dexter o que las historias recalcitrantes con título en lenguas muertas y basadas en ilustraciones de M.C. Escher (esto requiere explicación, pero es tarde y todavía no he cenado).

Veremos.

8 de agosto de 2008

Hank en verso

Lo cierto es que he leído solo dos o tres cuentos de Charles Bukowski (Hank para los amigos). Y ninguna novela. Pero su poesía me encanta. Te transporta a un mundo que en un principio puede parecerte completamente ajeno, hasta que una palabra, un verso único en medio de la página, te dan un puñetazo en la boca del estómago y te dejan seco.

En avance de la próxima jam session de relatos de este domingo, dejo aquí uno que tiene que ver con Hank, con los relatos, y con lo que a mí y a otros de los que hemos ido al Bukowski Club alguna vez nos gusta hacer más que ninguna otra cosa:

writing

often it is the only
thing
between you and
impossibility.
no drink,
no woman's love,
no wealth
can match it.

nothing can save
you
except
writing.

it keeps the walls
from
failing.
the hordes from
closing
in.

it blasts the
darkness.

writing is the
ultimate
psychiatrist,
the kindliest
god of all the
gods.

writing stalks
death.
it knows no
quit.

and writing
laughs
at itself,
at pain.

it is the last
expectation,
the last
explanation.

that's
what it
is.



Ahora, una traducción de andar por casa:

escribir

a menudo es la única
cosa
entre tú y
lo imposible.
ningún trago
ningún amor de mujer,
ninguna riqueza
pueden
igualarla.

nada puede
salvarte
excepto
escribir.

evita que las paredes
caigan.
que las hordas
te cerquen.

pulveriza la
oscuridad.

escribir es
el psiquiatra
definitivo,
el más amable
de los dioses.

escribir acecha
a la muerte.
no conoce
el abandono.

y escribir
se ríe
de sí mismo,
del dolor.

es la última
esperanza,
la última
explicación.

eso es
lo que
es.


4 de agosto de 2008

Noche de cuentos en el Bukowski Club

El Bukowski Club es un garito del color de la sangre espesa. Tiene collages en sus paredes y un cartel muy cachondo que anuncia una "solución habitacional" de 8 metros cuadrados en venta en el barrio al módico precio de 60000€.

En el Bukowski Club solo venden cerveza Mahou, o eso dicen en su web, y quién puede querer otra cosa que cerveza Mahou en un garito de Malasaña.

En el Bukowski Club hay casi que ponerse de lado para entrar por la puerta, pero tienen aire acondicionado (y cómo se agradece en un Madrid en el que las suelas se te quedan pegadas al asfalto).

En el Bukowski Club te recibe Carlos Salem con su pañuelo negro en la cabeza a lo escritor maldito, y si traes aspiraciones de escritor tú también --maldito o no, ya se sabe que no todos valemos, ni tenemos nariz burroughsiana--, te apunta en una lista con los demás. Luego te subes a un atril de piernas de mujer con medias de rejilla y te pegas al micrófono, y lees, y todo el mudno te escucha, y cuando terminas hasta te aplauden sinceramente.

Esta foto un poco fantasmal es lo mejor que pudo hacer ayer mi teléfono móvil. Steve Redwood leía una historia sobre los colgantes y el hombre en el Paraíso.


Anoche Carlos Salem también leyó, un cuento sobre los taburetes malditos de un bar de Malasaña. Una no puede evitar preguntarse en cuál estuvo sentada y, dado que me han entrado ganas de volver, me da que fue en el de la adicción. Muy de Hank, por otra parte.