8 de enero de 2009

No por mucho madrugar amanece más temprano

Si yo fuera Stephen King y este fuese un mundo fantástico, me entrarían los siete males al ver publicado este libro... sobre todo por quien lo firma:




Visto en "La république des livres", el estupendo blog de Pierre Assouline.

2 de enero de 2009

Mi resumen lector de 2008


Me gusta anotar los libros que voy leyendo cada año. Es una de las pocas manías "contables" que tengo, pero no me despisto con ella casi nunca. No es que no sepa si he leído un libro o no (siempre me acuerdo, o casi), pero ver cómo la lista va engordando durante el año es, no sé, una especie de "aliciente".

Aquí va la lista del año (ya) pasado. No han sido tantos libros como otras veces, pero tampoco es que ande buscando superar mi marca de... (no me acuerdo, puede que unos 50). Desde que he aprendido a implementar la sana costumbre de "si no te gusta, déjalo", el tiempo me cunde mucho más, eso sí:

  1. Labia, de Eloy Tizón
  2. Velocidad de los jardines, de Eloy Tizón
  3. Tokio blues, de Haruki Murakami
  4. Nocilla experience, de Agustín Fernández Mallo
  5. Fuga sin fin, de Joseph Roth
  6. Llamadas telefónicas, de Roberto Bolaño
  7. Las interioridades, de Felix J. Palma
  8. Bartleby y compañía, de Enrique Vila-Matas
  9. Skins, de Alfonso Fernández Burgos
  10. La vida ausente, de Ángel Zapata
  11. No logo, de Naomi Klein
  12. Sicilia, invierno, de Ignacio Ferrando
  13. The plot against America, de Philip Roth
  14. Brideshead revisited, de Evelyn Waugh
  15. The age of innocence, de Edith Wharton
  16. Derrumbe, de Ricardo Menéndez Salmón
  17. Le parfum d'Adam, de Jean-Christophe Rufin
  18. Chesil Beach, de Ian McEwan
  19. Mil cretinos, de Quim Monzó
  20. Pantaleón y las visitadoras, de Mario Vargas Llosa
  21. Los perros de Tesalónica, de Kjell Askildsen
  22. Oficios, de Juan Carlos Márquez
  23. The black prince, de Iris Murdoch
  24. The brief wondrous life of Oscar Wao, de Junot Díaz
  25. All the sad young literary men, de Keith Gessen
  26. La historiadora, de Elisabeth Kostova
  27. The yiddish policemen union, de Michael Chabon
  28. La casa de los encuentros, de Martin Amis
  29. Nosotros, todos nosotros, de Víctor García Antón
  30. Vida y destino, de Vasili Grossman
  31. Brief interviews with hideous men, de David Foster Wallace
  32. El misterio de la cripta embrujada, de Eduardo Mendoza
  33. Remedio para meláncólicos, de Ray Bradbury
  34. Macbeth, de William Shakespeare
  35. La metamorfosis, de Franz Kafka
  36. Consider the lobster, de David Foster Wallace
  37. El mapa del tiempo, de Feliz J. Palma
  38. El vacío y el centro, de Ángel Zapata
  39. La ofensa, de Ricardo Menéndez Salmón
  40. Norteamérica profunda, de Juan Carlos Márquez
Y algunos libros de poesía que, como es mi costumbre (buena o mala, vete a saber), empiezo y retomo de vez en cuando. Entre otros (la lista completa es mucho más larga, pero aún estoy a la mitad o a la décima parte de casi todos):
  1. Reparación, de C.K. Williams
  2. El canto, de C.K. Williams
  3. Haikus, de Jack Kerouac
  4. Poesía completa, de Sylvia Plath
  5. Pequeños accidentes caseros, de Berna Wang
  6. Dinero, de Pablo García Casado
  7. Mercado Común, de Mercedes Cebrián
  8. Poesía de W.H. Auden

Lo cierto es que, relecturas aparte, este año no ha sido espectacular. Tendría que decir que la novela que más me ha gustado ha sido "Derrumbe" y después "The yiddish policemen union" y que tal vez me gustó tanto porque no esperaba de ella nada en particular. Aunque también me gustaron mucho "Skins" y "Pantaleón y las visitadoras" y, por supuesto, el es-tu-pen-do libro de cuentos siciliano de mi "mentor cuentístico" :)

Me decepcionó en grado sumo Murakami... otra vez ("Tokio blues"), y eso que ya sabía a lo que iba (tch tch tch para mí!). Tampoco me entusiasmó la 2ª parte de la Nocilla. Ian McEwan consiguió aburrirme en poco más de doscientas páginas de una edición minúscula. Iris Murdoch empezó muy muy bien y luego se desinfló. A Martin Amis lo dejé a la mitad, lo mismo que quise hacer con Joseph Roth y no pude porque no me quedaba más remedio que leerlo (sic). 

Félix J. Palma me gusta infinitamente más en los cuentos que en la novela (por dios, Félix, vueeelve!!!). Grossman por supuesto me emocionó, pero no guardo un recuerdo intenso de su "Vida y destino", tal vez porque lo leí durante un espacio de varios meses y la impresión quedó diluida en el tiempo. Vila-Matas, en mi segundo asalto (en el 2007 intenté "Doctor Pasavento"... y ahí sigue, en el intento), me gustó mucho, y allá voy por el tercero ("Dietario voluble"), que ya quedará para la lista del 2009.

Pequé de encefalograma plano con la vampiresa Kostova (sí, sé que no debería confesarlo, pero... ¿quién no tiene una debilidad mental de vez en cuando?). Me fié de la bonita cubierta del libro de Keith Gessen y casi lo acabo tirando por la ventana. No pude terminar con el panfleto político-mediático-sociológico de la señorita (??) Klein. Eloy Tizón me gustó sin que terminase de entenderlo, como siempre --podría decir lo mismo de Ángel Zapata. A Bolaño no acabé de cogerle el gusto, aunque lo seguiré intentando.

Mi primer Philip Roth no fue lo que esperaba (puede que lo eligiese mal). Lo mismo que el último Pulitzer Óscar Wao y todas sus referencias freakies (que entendía, dios, estoy enferma). Me ratifiqué en que Eduardo Mendoza no me hace ni pizca de gracia y en que hay algunos clásicos que nunca me cansaré de leer, aunque me provoquen pesadillas de manos manchadas de sangre ("Macbeth") o bichos repugnantes ("La metamorfosis").

Este año 2009 que empieza me he propuesto terminar todo lo que tengo empezado. Ya es bastante por lo menos para el primer trimestre. Y releer a los rusos. Ese es propósito del año pasado, pero se me cruzó el señor Grossman por el medio (que sí, es ruso, pero no de esos rusos barbudos y con mala leche a los que me refiero) y se me olvidó.

Y también, seguir leyendo lo que me apetece en cada momento. Aunque luego el resultado sean listas tan de mezclilla como esta.

Ala, al trabajo. 


PD: La foto es del duomo de Catania. Apostaría que los dos amorcillos regordetes no están leyendo a Chuck Palahniuk :D

22 de diciembre de 2008

Bach puede salvar al mundo (ya lo sabía yo)

En la última película del pétreo Keanu Reeves (pétreo por su inexpresividad, con lo que este último papel le viene al dedillo) hay una escena en la que el extraterrestre ejecutor de la sentencia de muerte contra la Humanidad que interpreta está en casa de un premio Nobel (curioso: debe ser la primera vez que veo a John Cleese en un papel serio).

Los dos, Keanu y el premio Nobel, están en el estudio de este último mirando unas ecuaciones en una pizarra, y de fondo suena la música de las "Variaciones Goldberg" de Johann Sebastian Bach. Concretamente, el aria y la primera variación.

Keanu se queda mirando al altavoz y algo de expresividad, de emoción, se filtra a través de esa máscara que tiene por cara. Jennifer Connelly dice: "Es Bach", y Keanu contesta algo así como "Es muy bonito" (no recuerdo las palabras exactas).

Diríase que ese es justo el momento en el que Keanu (que parece también él un poco extraterrestre al andar, con ese traje de James Bond que no se le arruga ni una miajilla) decide que no va a exterminar a la Humanidad. Que solo por Bach merece la pena dejarnos vivir a a todos nosotros, panda de impresentables.

Qué bonito, me entran ganas de decir. Será porque halaga mis preferencias, pero ese detalle me gustó. Y eso que la versión de las "Variaciones" que sonaba no era LA versión de las "Variaciones" --por supuesto, me refiero a cualquiera de las dos versiones que grabó Glenn Gould, la de 1955 o la de 1981, distintas pero únicas en su especie.

Ya sabía yo que Bach tiene poderes. Volvamos a poner las "Variaciones Goldberg", a ver si de pronto se genera ante mí un saco lleno de billetes (ya que no me ha tocado ni el reintegro...) je je:





8 de diciembre de 2008

Proyectos



Hay que regar los proyectos. Cuidadosamente, como si se tratara de delicadas flores de invernadero, esas que cuando les da una corriente de aire se estremecen y te miran con ojitos lastimeros para que vuelvas a cerrar la puerta y enciendas la calefacción.

Hay que ser fiel al proyecto y no irse con la primera idea de la moleskine que te parece más atractiva que él, solo porque es nueva, porque la tienes menos vista que a ese pobre que te lo aguanta todo y al que tú también tienes que aguantarle lo suyo, porque la convivencia fácil, lo que se dice fácil, no es. 

Pero en el fondo, por mucho que despotriques del proyecto en los días con nubarrones, le quieres con locura, y por eso te has embarcado en esa relación de amor-odio que te sorbe el seso y te proporciona noches en vela en las que por mucho que te tapes la cabeza con la almohada, no deja de darte con su dedito en el hombro para advertirte que esa última idea que se te ocurrió mientras te lavabas los dientes es estupenda y deberías correr a apuntarla en la moleskine antes de que se te olvide y te pase como con aquella otra que te vino a la cabeza mientras ibais por la calle. Sí, esa que era tan buena que os costó una bronca de padre y muy señor mío y, a pesar de todo, has sido incapaz de recordarla.

Pero es mejor no apuntar nada en la moleskine, porque es tan tentadora como un calendario de bomberos nudistas, y el proyecto, que sabe lo débil que eres a veces, sobre todo cuando estás falta de sueño, se pone celoso y no quiere que te acerques a ella. A él debes consagrarle una libreta, una para él solo en la que viertas todo lo que se te pase por la cabeza, en la que compartas con él notas escritas con el primer bolígrafo que tenías a mano, post-it de colores mal pegados, tachones, hasta fotos y alguna que otra pegatina tonta que pusiste en la portada para acompañar a su nombre, porque a él le hacía ilusión y, para qué vas a engañarte, a ti también.

Quizá todo es tan emocionante y tan urgente porque tiene fecha de caducidad. Quizá por eso el proyecto a veces se pone tristón y llora un poquito, y no es porque no le hagas caso (si te pasas el día y la noche pensando en él, más de lo que nunca has pensado en Mr. Darcy y en Ewan McGregor juntos). No, a él le da pena que el tiempo pase, el montón de páginas aumente y se acerque inexorable el momento en el que pondrás el último punto y final, meterás las páginas en una carpeta y planearás unas vacaciones a algún resort en el Caribe para desintoxicarte de esa relación obsesiva que te ha esquilmado las meninges.

Pero a ti también te da pena esa sensación de destino, de lo que alguna vez acabará o se consumirá por sí solo, y le das cariñitos, y vuelves a ordenar los papeles y repasas con el lápiz el nombre en la libreta, porque el proyecto te necesita mucho, pero tú sabes que tú le necesitas aún más a él, aunque no se lo dices para que no se lo crea demasiado y se vuelva insoportable.

1 de diciembre de 2008

Conversación entre las ruinas, de Sylvia Plath


Hace nada más que un par de semanas que compré la edición de Bartleby de la poesía completa de Sylvia Plath, y ayer, después de leer los dos prólogos (el de Ted Hugues y el del traductor Xoán Abeleira) solo me dio tiempo a leer el primer poema, que es este:

Conversación entre las ruinas

Cruzando el pórtico de mi elegante casa, entras majestuoso,
Con tus salvajes furias, desordenando las guirnaldas de fruta
Y los fabulosos laúdes y pavones, rasgando la red
De todo el decoro que refrena el torbellino.
Ahora, el lujoso orden de los muros se ha desmoronado; los grajos graznan
Sobre la espantosa ruina; bajo la luz desoladora
De tu mirada tormentosa, la magia huye volando como una bruja
Acobardada, abandonando el castillo cuando los días reales amanecen.

Unos pilares resquebrajados enmarcan este paisaje de rocas;
Mientras tú te yergues heroico, con chaqueta y corbata, y yo permanezco
Sentada tranquilamente, con una túnica griega y un moño a lo Psique,
Enraizada en tu negra mirada, la obra se vuelve trágica:
Después de la plaga que ha asolado nuestra heredad,
¿Qué ceremonia de palabras puede enmendar todo este estrago?

And now for something (not) completely different... in English:

Conversation Among the Ruins

Through portico of my elegant house you stalk
With your wild furies, disturbing garlands of fruit
And the fabulous lutes and peacocks, rending the net
Of all decorum which holds the whirlwind back.
Now, rich order of walls is fallen; rooks croak
Above the appalling ruin; in bleak light
Of your stormy eye, magic takes flight
Like a daunted witch, quitting castle when real days break.

Fractured pillars frame prospects of rock;
While you stand heroic in coat and tie, I sit
Composed in Grecian tunic and psyche-knot,
Rooted to your black look, the play turned tragic:
Which such blight wrought on our bankrupt estate,
What ceremony of words can patch the havoc?

Y, después de leerlo en español, lo leí en inglés, y de nuevo en español dos veces, tres más en inglés, buscando tanto las diferencias como las exactitudes (yo soy lo más lejano a una traductora que hay, pero el penúltimo verso: "which such blight..." no me termina de convencer en español; aunque el sentido no se pierda, es tan distinto).

Cuanto más lo leía, más me parecía entrar en la atmósfera del poema, más me internaba en un universo que ni es el mío ni me pertenece, pero que puedo rozar con las yemas de los dedos a la vez que rozo la página. Cuanto más lo leía, más lo interiorizaba, pese a que soy tan lega en cuestiones poéticas que se me escapa casi todo el significado de las cosas.

Qué difícil es traducir la poesía. Qué fácil es perder las imágenes, qué casi imposible mantener la sonoridad y el ritmo. Cómo me gustaría conocer todos los idiomas del mundo para poder leer todos los poemas tal y como fueron concebidos.

Esta noche, otro poema.

24 de noviembre de 2008

Por qué Mr. Darcy es y siempre será tan guapo

Me dispongo a comenzar un post especialmente dedicado a las mujeres. Pero no a cualquier clase de mujeres, sino a aquellas que, como yo, padecen de un fetichismo especial e incurable hacia ese orgulloso, elegante y dieciochesco personaje de Jane Austen llamado Mr. Darcy.

Y es que no importa que la buena de Jane le pusiera a su personaje estrella el horrible nombre de Fitzwilliam. Eso no es suficiente para arrancarle el aura de misterio, fascinación y elegancia que supura Mr. Darcy. No basta para ahuyentar esa imagen de hombre, yerno, cuñado ideal, para deshacer las fantasías de corte imperio en las que el apuesto Fitzwilliam acude a nuestro rescate cuando nos hemos caído en el campo y nos hemos torcido un tobillo (vale, eso es de otro libro de Jane, pero Mr. Darcy quedaría de vicio en esa escena, no me digáis).  No, no importa, y la razón fundamental es la que titula este post: Mr. Darcy es, y siempre será, taaaaan guapo.


Tampoco importa, por la misma razón, qué actor le interprete. Ya sea Laurence Olivier --siempre irresistiblemente británico (¡ay!, esas cejas. Esas magníficas cejas shakesperianas que se alzan irónicas, orgullosas, pétreas en el rostro noble del encantador aunque un poco frío y distante Mr. Laurence Darcy).




O que a un productor de Hollywood se le ocurra actualizar el clásico en el siglo XXI y piense que puede aportar algo más que el perfil no tan griego (al menos en el sentido clásico) y el aspecto algo más grunge pero decididamente irresistible de Matthew Macfayden (ay, ese flequillo caído, esas patillas despeinadas, ese pechito lobo que asoma por la camisa conveniente y británicamente desabrochada, ¡ay!).

Aunque el universo de los Mr. Darcy's tiene un dueño indiscutible, un Zeus del Olimpo que no cedería su trono ante los demás por mucho que le aparezcan vestidos con las levitas más hechas a medida, montados en los mejores caballos, o por mucho que sepan quitarse el sombrero con el gesto más elegante del planeta.

Y es que nadie sabe bañarse en el lago mejor que Colin Firth. Diría, incluso, sin temor de parecer exagerada, que a nadie le sienta tan bien el agua. Que se lo digan a la señorita Elizabeth Bennett. Ni Pemberley ni ocho cuartos: a ella lo que de verdad le pone a tono las meninges es la camisa mojada de Mr. Darcy.







23 de noviembre de 2008

In mediaS (;-)) res


Me fascina el frío. He legado a veces a pensar que el frío dice la verdad sobre la esencia de la vida. Detesto el verano, el sudor de las suegras despatarradas por las arenas del circo de las playas, los arroces al sol, los pañuelos para el sudor. Me parece que el frío es muy elegante y se ríe de una manera infinitamente seria. Y el resto es silencio, vulgaridad, hedor y gordura de caseta de baño. Me fascinan los copos suspendidos en el aire. Amo las ventiscas, la espectral luz de la lluvia, la azarosa geometría de la blancura de las paredes de esta casa, donde reina el más gélido frío existencial.

Enrique Vila-Matas, Dietario voluble