15 de diciembre de 2007

Seamos benévolos... pero sin pasarse

Ahora que estamos a final de año y es tradición recapitular, mirar hacia atrás sin ira y querernos los unos a los otros (con tono irónico), me he estado acordando de algunos de los temas que han hecho de este año un año “literariamente caliente”.

Un asunto que he seguido con especial atención ha sido la publicación en España de la archifamosa novela de Jonathan Littell ganadora del premio Goncourt francés del año pasado: Las benévolas. Llevaba hablándose de este libro desde el acontecimiento que supuso el premio ―no por lo monetario: la dotación es de solo un euro, sino por la repercusión mediática y por los editores que empezaron a frotarse las manos nada más conocer el nombre del ganador. Desde ese momento, se ha escrito tanto sobre esta novela que me ha dado pereza opinar yo misma.



Lo cierto es que creo que todo lo que se podía decir, se ha dicho ya, y mentes más preclaras que la mía han diseccionado la novela, han cogido sus páginas con pinzas para sumergirlas en soluciones estériles y analizarlas bajo el microscópico. Yo solo puedo decir que la leí a principios de año en su versión original francesa, y que, aunque me costó orientarme con tanta jerarquía militar de las SS, la Wehrmacht y demás, me gustó. No la llamaría “gran novela del siglo”, pero me gustó lo razonable. Punto.


Lo que pasa es que, cada vez que aparece un nuevo libro sobre uno de los acontecimientos más importantes de la historia moderna, de pronto todo el mundo parece volverse loco a base de comparaciones. La novela de Littell no habla del Holocausto nada más que tangencialmente. No hay personajes judíos de importancia, como en la mayor parte de las novelas y otras obras famosas que tratan el nazismo. Me estoy acordando, sin ir más lejos, de Si esto es un hombre, de Primo Levi, y de El hombre en busca de sentido, de Víctor Frankl. Dos libros (una novela autobiográfica y un libro entre autobiográfico y de terapia) que tratan directamente con las experiencias tan dolorosas de los supervivientes. O como las memorias de
Władysław Szpilman (adaptadas para el cine en El pianista, de Roman Polanski), el cómic o novela gráfica Maus, de Art Spiegelman.

La ausencia de la visión de las víctimas es algo que se le ha echado en cara a Las benévolas, como si toda novela que trata de la II Guerra Mundial y del nazismo deba tratar ese tema y, más aún, deba tratarlo conforme a las convenciones que todos hemos aceptado al respecto. Pero un escritor debería ser libre para tomar la visión de las cosas que desee, o que más le interese desde el punto de vista literario.

Por otro lado, Littell ha tenido la buena o mala suerte de que la traducción de su novela al español haya coincidido con la edición de Vida y destino, de Vasili Grossman, otra novela sobre la II Guerra Mundial, esta vez vista desde la perspectiva de Rusia, que trata de forma mucho más cercana el sufrimiento.


Todavía no he leído la novela de Grossman, aunque la tengo en mi estantería y estoy deseando empezarla. Hasta que no la lea no me permitiré dar ninguna opinión, aunque estoy segura de que se trata de algo totalmente distinto a la obra de Jonathan Littell. Vida y destino ha tenido un éxito espectacular en España, al parecer sin excesiva promoción editorial. Dicen que esta novela es una gran novela del siglo XX, y que será recordada durante mucho tiempo. Algunos la comparan con Guerra y paz. Eso da un poquito de miedo, pero achaquémoslo al entusiasmo de los editores y los críticos, que a veces son como niños con zapatos nuevos. No dudo de que sea buena, es más, estoy convencida de que lo es, pero quien debe adjudicar el adjetivo de "grande" es el tiempo que, como ya sabemos, acaba por ponernos a todos en nuestro sitio.

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