24 de noviembre de 2007

La nueva lectura electrónica

Parece que debemos prepararnos porque ha llegado la nueva revolución tecnológica: el lector digital Amazon Kindle.

En la web de Amazon se explica en qué consiste este nuevo dispositivo, con vídeos demostrativos y hasta uno que detalla un test de caída (para que veamos qué le pasaría a nuestro Kindle si se estrellase contra el suelo).

La verdad es que el aparatejo me ha parecido bastante curioso, y los de Amazon se han preocupado por describirlo bien y que se vea cómo se puede utilizar en distintos entornos. De hecho, he sufrido una compulsión tecnológico-freakie y he estado a punto de sacar la tarjeta de crédito.

Lo que no me gusta tanto es que no soporte formatos tan útiles y comunes como el PDF (a ver, ¿quién no se ha bajado algún libro en PDF alguna vez?). Hay algún "truquillo" para conseguirlo que consiste en convertir los PDFs a otro formato, pero es un incordio, cuando por poco más podrían haberlo habilitado (ya habrá algún cracker en algún sótano del mundo pensando en cómo hacerlo, por otra parte). Está bien lo de poder comprar libros online (solo en Amazon, claro...). Tener que pagar por los feeds de blogs o por consultar los diarios online, cuando puedes hacerlo gratis desde cualquier ordenador, me parece abusar un poco. Mucho.

En ese sentido, me parece que anda más encaminado el Sony Reader, de próxima aparición.

También proporciona conexión WiFi, y hasta permite reproducir MP3 (el Kindle también, con ciertas limitaciones) y fotos. Se le pueden añadir tarjetas de memoria (SD o MemoryStick; el Kindle también soporta tarjetas SD). No incorpora un teclado, pero a mí personalmente no me resulta de excesiva utilidad un teclado en una herramienta de lectura. Los de Amazon lo justifican diciendo que puedes utilizarlo para buscar cuando quieres comprar, buscar en los libros que tienes almacenados o para tomar notas mientras lees. Fíjate, eso último sí me parece interesante, aunque yo cuando leo suelo anotar lo que me surja en una libreta Moleskine (porque soy una esnob) que luego puedo consultar sin necesidad de hacer referencia al libro.

Como me guío mucho por la estética a la hora de comprar gadgets, a mí me gusta más el Sony Reader que el Kindle (y hay otras opciones más caras, como el iLiad, que cuesta el doble). Aunque todavía hay que ver cómo evoluciona la cosa, yo, que soy una impaciente, ya estoy pensando en mi auto-regalo de Navidad.

Sin embargo, a mí lo que más me gusta del mundo es ir a una librería (Pasajes en Madrid es una de mis favoritas) y tocar los libros. Mirar el grosor del papel, tocarlo y comprobar si es áspero o suave, la tinta, la tipografía, oler los libros, escoger el volumen que esté más intacto, sentir cómo cruje cuando se abre por primera vez. Es una manía, pero yo no dejaría de comprar libros por ningún gadget del mundo.


20 de noviembre de 2007

Que alguien salve a la novela (¿o no hace falta?)

Este fin de semana estuve leyendo y mascando el último artículo de Vicente Verdú para el suplemento Babelia: Reglas para la supervivencia de la novela, y haciéndome mi propia composición de lugar, y he comenzado la semana encontrando reacciones diversas ante dicho artículo. Todas negativas.

Por ejemplo, en Libro de Notas, un comentarista ha escrito su propio artículo-réplica, en un tono bastante exaltado, cuando menos, como si se hubiera sentido aludido en lo personal por Vicente Verdú. No me parece que sea para tanto, incluso la réplica me parece tan reduccionista (y pontificadora, oiga) como el artículo, porque reduce la novela a producto de entretenimiento. Es cierto que buena parte de lo que se publica lo es, y que la literatura tiene una función lúdica, pero de ahí a decir que no volvería a leer a Proust (¡Proust! nada menos. Ya querría el comentarista escribir una obra como En busca del tiempo perdido) porque le parece que su vida fue aburrida, me parece una desfachatez.

Cristina Núñez Pereira también lo comenta en su Espacio sobre Literatura, y las preguntas que lanza al aire me parece que van a dar en el blanco. En Moleskine Literario se lo han tomado con cierto humor (por eso de los decálogos, el pontificado, el subirse a un púlpito y reescribir cual Moisés los diez mandamientos). Y aún estoy esperando la reacción de Vicente Luis Mora, que se caracteriza por sus comentarios pensados y repensados y que sin duda le sacará chicha.

El caso es que a mí misma me ha costado leer con seriedad el decálogo ampuloso, dogmático (como todos los decálogos, por otra parte), que se ha sacado de la manga el señor Verdú. Cuando llegué al final, en el que habla de la ironía y de que los autores deben reírse de sí mismos, por un momento pensé que él mismo lo estaba haciendo, que todo aquel decálogo no era más que un juego metaliterario, una invención con la que pretendía provocar a los lectores para hacerles reaccionar como, en efecto, han (hemos) reaccionado.

Pero el caso es que no conozco de nada al señor Verdú, y no me siento imbuida de la suficiente profundidad psicológica para razonar que estaba bromeando, ya que su tono era tan serio. Así que partiré de una premisa que podría ser arbitraria (aunque tengo un 50% de posibilidades de acertar): el señor Verdú no bromeaba, y todas sus palabras han de ser leídas con la máxima atención y seriedad.

Vicente Verdú se queja de la desconexión entre la novela y el mundo real. ¿Quién escribe novelas cuyas escenas sean videos de YouTube, en las que los personajes se relacionen a través de MySpace, o dejen correr su flujo de conciencia en un blog? Pocos, desde luego. De momento es un juego, un artificio, y como tal, no fluye con naturalidad. Puede que necesitemos una generación más para que lo novedoso de ahora se asimile a la vida (aunque podríamos echarle en cara a la novela como género que no sea una punta de lanza del futuro). Pero me desvío del tema, solo porque he empezado por el segundo párrafo del artículo.

El señor Verdú habla de "los géneros" (la fantasía, la intriga) como recursos gastados que el novelista de raza no debería ni tan siquiera contemplar de soslayo. Los califica de "intríngulis" y reduce su valor literario al mínimo. Desprecia el impulso del autor por mostrar su mundo interior conforme a un canon propio que no se corresponda con la realidad necesariamente (y la literatura, ¿no es imaginación? ¿por qué debemos castrarla a una realidad horizontal, a lo que conocemos, a lo que somos, si precisamente a través de ella buscamos salirnos de nosotros mismos?).

En mi opinión, se contradice al postular que la lectura de la nueva novela "no buscará cuanto antes la revelación de la última página sino que paladeará cada párrafo a la manera de la slow food". Porque, si la novela ha de ser una criatura de su tiempo (este tiempo de fast food y de fast feelings, fast love, fast life), debería ser justo todo lo contrario. No me parecen compatibles el vagar en los océanos de la estética abstracta (punto 6 del decálogo) y, a la vez, el ceñirnos a la verosimilitud de la experiencia del autor (punto 9).

A lo mejor Vicente Verdú está hablando de algo que ya no es la novela. De otro género que está por venir y que tiene que ser descubierto todavía. Algo que combine la fragmentación con la belleza estética absoluta, con la ausencia de adaptación posible a medios visuales y, sin embargo, la cercanía, la verosimilitud, el meterse en los zapatos del autor. Y que tenga mucha ironía. Sobre todo eso. A ver quién se atreve a ponerle nombre a este nuevo género. Y a ver si Vicente Verdú nos pone algún ejemplo de su propia cosecha. Yo estaré al quite, por si acaso.

11 de noviembre de 2007

Polémicas, gustos, mermeladas y El Quijote

Esta semana he escrito un artículo sobre Raymond Carver para la web SinColumna. En él hablo de la polémica sobre la autoría real de los textos de Carver (manipulados sin compasión por su editor, Gordon Lish), y hago un apunte sobre lo poco que me gusta a mí Carver en realidad --por mucho que sea un pope del género corto, un dios del realismo sucio, un imprescindible en cualquier taller literario que se precie.

Tirando del hilo de este artículo, me he puesto a pensar en todo aquello que no me gusta. Concretamente, en esas obras literarias (más o menos excelsas) que, o bien no me han gustado nada, o me han dejado fría. Y en el escándalo que se organiza cada vez que alguien reconoce que tal o cual le ha parecido un aburrimiento.

Sin ir más lejos, recuerdo que hace relativamente poco, Espido Freire declaró en público que no le gustaba "El Quijote". Se organizó una buena, y de inmediato surgieron voces de todo tipo (literarias y otras que pasaban por ahí) que condenaban tales declaraciones y se escandalizaban de la caradura de la escritora. Como si la obra de Cervantes se hubiera subido a un pedestal tan alto que nadie pudiera tocarla con sus dedos manchados de... yo qué sé. De mermelada, por ejemplo.

Uno puede estar o no de acuerdo con la opinión de la señora o señorita Freire, pero lo cierto es que el aburrimiento es libre. Tan libre como cualquier otro sentimiento personal. La experiencia literaria es algo muy íntimo que sucede entre el lector y la obra, y en ese momento de la lectura no deberían interponerse cuestiones tan cósmicas como la trascendencia de la obra, la importancia del autor o el prestigio que pueda suponer decir que se ha leído (aquí me estoy acordando, sin ir más lejos, del Ulises de Joyce). Por eso yo digo, sin ningún pudor, que no me gustan los cuentos de Raymond Carver. Y lo digo con conocimiento de causa, porque los he leído prácticamente todos. O tal vez debería afinar un poco más la opinión: reconozco la valía de Carver (o de Lish..., visto lo visto), pero es un estilo que no conecta conmigo. Me resulta demasiado árido, difícil de leer, seco, duro a ratos. Prefiero un narrador que redondee más el lenguaje, que me lleve por una corriente de palabras menos abrupta, aunque lo que me esté contando sea tan duro como lo que cuenta Carver.

Epílogo:
A mí sí que me gusta "El Quijote", pero también es cierto que hay otras obras que me han gustado muchísimo más. Por ejemplo, "En busca del tiempo perdido" de Marcel Proust, que es considerada unánimemente por casi toda la gente que conozco como un tostón de los gordos.

6 de noviembre de 2007

¡Dios mío!, está lleno de... libros

Esta semana he aterrizado, via Erratas eminentes, en un artículo muy interesante de Anthony Grafton para la revista New Yorker sobre la digitalización y el futuro de la lectura en el que hace además un recorrido por la historia de las bibliotecas y de los sistemas de clasificación. Los compara con los esfuerzos actuales de empresas como Google, que con su proyecto Google Books intenta revolucionar el sistema y poner a disposición de los usuarios de internet todos los libros del mundo y de parte del extranjero.

Hablando de eso mismo, Grafton estima de forma conservadora que el número total de libros que se han publicado en toda la historia es de unos

32 millones

Me he quedado impresionada por la cifra y de inmediato me he hecho una pregunta: ¿cómo se distribuye toda esa producción editorial? Entonces he recurrido (cómo no) a Google. No he conseguido encontrar una estadística a lo largo del tiempo (ni siquiera a partir de Gutenberg), pero sí algunas más recientes que dan una idea muy válida de lo que se está cociendo:
  • En Estados Unidos, dicen por ahí que cada año se establecen entre 8000 y 11000 nuevas empresas dedicadas a la publicación, y que cada una publica una media de 7 títulos al año. El número total de editoriales o empresas dedicadas a la publicación ronda las 86000.
  • En Europa se publicaron 620133 nuevos libros o nuevas ediciones de libros existentes en 2004 y el número de títulos publicados en el continente ronda los 4 millones.
  • Según el Instituto Nacional de Estadística, que viene haciendo estudios de producción editorial desde 1933, el número de libros publicados en España entre 1993 y 2006 ha pasado de unos 41000 a más de 66000. La categoría de literatura, historia y crítica literaria se lleva la palma con 18892 títulos publicados en 2006 y un total de 107330 ejemplares, con una tirada media de 5681 ejemplares por título.
La verdad es que estas cifras tan estratosféricas me abruman, a mí, que tengo un mísero libro de cuentos inédito y estoy intentando parir una novela con todo el sudor de mi frente. Si esto no es una cura de humildad, que venga Proust y lo vea. Hay que tener un ego muy gordo o una inconsciencia muy grande para tirarse a este océano de papel y ser capaz de sacar la cabeza, pero (y aquí voy a utilizar una de mis citas preferidas), yo, personalmente, no puedo evitarlo.

4 de noviembre de 2007

Página 2

Hoy he visto un nuevo programa de La 2 dedicado a la literatura. Han empezado sentando las bases de lo que será (y de lo que probablemente les interesa, o con lo que pretenden interesar a los espectadores) con una entrevista a Carlos Ruiz Zafón, que ha terminado marcándose una melodía al piano (parte de la "banda sonora" que compuso para "La sombra del viento" mientras escribía la novela).



Una sección de más vendidos, novedades de novela, ensayo y literatura infantil, literatura y cine (en este programa Philip K. Dick y Blade Runner, o, como dirían los puristas, "Sueñan los androides con ovejas eléctricas"), un concurso de microrrelatos en su página web (donde además, se puede ver el programa completo). Promete mucho en media hora de programa, toda una duración para los tiempos que corren. Habrá que estar pendiente a ver qué tal evoluciona. Aunque lo había visto anunciado en algunos medios a las 20.15, en realidad es a las 20.30.

He de decir que al principio he sufrido un momento de pánico: el programa empezaba con el presentador caminando por el barrio gótico de Barcelona y, por un momento, he creído que iba a hablar de "La catedral del mar". Horreur.