31 de diciembre de 2007

Deseos y deberes (literarios) para el 2008

1. Amarás la literatura sobre todas las cosas. Bueno, se permite que ames otras cosas, como la música, el cine, la comida o el sexo, pero cuidadín, no te vayas a despistar.

2. No tomarás el nombre de Proust (Faulkner, Auster, Gogol...) en vano.

3. Santificarás las fiestas y las aprovecharás para escribir la dichosa novela que no acabas de arrancar, en lugar de tumbarte a la bartola.

4. Honrarás a tu padre y a tu madre, y a tus amigos, y a tu perro, sobre todo cuando tengan que soportarte cuando te atasques con la historia y te sientas miserable y te preguntes por qué demonios crees que puedes escribir algo que merezca la pena y que aporte algo, cuando tienes por detrás toda una Historia de la Literatura (con mayúscula) que te mira amenazadoramente desde tus estanterías de Ikea.

5. No plagiarás, ni con la excusa de la metaliteratura.

6. No cometerás actos impuros con el objetivo de publicar tu libro (o bueno, tú verás).

7. No procrastinarás (aunque te tiente mucho esa serie de la tele que te acabas de bajar de la mula)

8. No harás que tu protagonista se despierte de un sueño al final de la historia, ni ocultarás información con fines fraudulentos, ni le harás trampas al lector.

9. No consentirás pensamientos ni deseos danbrownianos (ni en momentos de debilidad. No. No aceptamos domingo de resaca).

10. No codiciarás los premios literarios ajenos... o solo un poquito.

27 de diciembre de 2007

Un poema de Reparación, de C.K. Williams

Confieso que no sé casi nada de poesía, que no sé analizarla y muchas veces tampoco comprendo lo que el poeta quiere decir. Pero con la poesía me pasa como con el arte moderno: me dejo llevar por las sensaciones que me provoca.

Así que dejo por aquí un poema que me ha provocado sensaciones diversas. Es de "Reparación", de C.K. Williams, recién editado por Bartleby Ediciones, y recién adquirido por mí (ayer mismo).


CRISTAL

Pensaba que ahora ya habría pasado,
como todo pasa antes o después, pero aún me ocurre

que cuando de repente me topo con mi imagen en un cristal, siento una especie de sacudida, un temblor. Miro rápidamente a otro sitio.

Últimamente, desde que murió mi padre y me acerco a su edad,
lo veo primero a él, y tengo que fijar bien la vista para reconocerme.

He llegado a pensar que mi preciosa singularidad se estaba diluyendo,
pero aún más duro, más cruel que eso, es la manera en que, cuando era joven,

creía cuando mirabas debías poner en ello sentido,
algo más serio, con mayor sustancia: me fijaba en mi pobre rostro

y pensaba, "Todavía no está ahí". Parece que aún lo hago.
¿Qué es lo que no está? ¿La belleza? No es probable. ¿Sabiduría? Menos.

¿Acaso vivimos o intentamos vivir con la intención de embellecernos?
Todo lo que veo por mi parte son los restos de mis otros rostros fracasados.

Pero puede que lo que busquemos sea justamente una mirada menos hiriente:
No un "Todavía no está ahí", sino algo así como "Ya llegará, tranquilo".


Y ahora in English, por eso de la versión original:


GLASS

I'd have thought by now it would have stopped,
as anything sooner or later will stop, but still it happens

that when I unexpectedly catch sight of myself in a mirror,
there's a kind of concussion, a cringe; I look quickly away.

Lately, since my father died and I've come closer to his age,
I sometimes see him first, and have to focus to find myself.

I've thought it's that, my precious singularity being diluted,
but it's harsher than that, crueler, the way, when I was young,

I believed how you looked was supposed to mean,
something graver, more substantial: I'd gaze at my poor face

and think, "It's still not there". Apparently I still do.
What isn't there? Beauty? Not likely. Wisdom? Less.

Is how we live or try to live supposed to embellish us?
All I see is the residue of my other, failed faces.

But maybe what we're after is just a less abrasive regard:
not: "It's still not there", but something like "Come in, be still".


(Inciso: me maravilla el idioma inglés con esas palabras tan pequeñas que son capaces de decir tanto. A veces me gustaría ser capaz de escribir en inglés, pero no lo domino lo suficiente).

Más de C.K. Williams y "Reparación" aquí, aquí, y aquí. Y un poema inédito (en inglés), aquí.

El castillo en el bosque

Llevaba unos cuantos meses oyendo hablar de este libro. Me parece recordar que, antes incluso de que saliera publicado en Estados Unidos, mientras Norman Mailer todavía lo estaba escribiendo, ya se hablaba de él. Y es que todos sabemos la atracción que despiertan en nosotros (me incluyo en el saco) ciertas figuras históricas, sobre todo las más oscuras. Porque este libro habla de Hitler, y de una hipótesis fantástica planteada por Mailer sobre su árbol genealógico.



Aún así, no pensaba comprármelo... todavía. Pero el caso es que ayer crucé "accidentalmente" la puerta de la Casa del Libro de la calle de Alcalá -qué eufemismo eso de "accidentalmente", cuando debería reconocer que nunca es accidental, sino que huelo la presencia de los libros cerca, y siempre encuentro alguna razón para engañarme a mí misma, traspasar la puerta y acabar comprando algo.

Andaba buscando el dichoso poemario "Reparación" de C.K. Williams, premio Pulitzer del 2000, que no conseguía encontrar en ningún sitio, y me dirigía ya a la caja con él, dispuesta a no mirar ni a izquierda ni a derecha para evitar más tentaciones, cuando me llamó la atención un ejemplar de "The castle in the forest" que alguien había dejado abandonado entre el "Seda" de Baricco y el último Matilde Asensi. Probablemente se trataba de alguien que había decidido no comprarlo en el último momento. Qué fácil excusa sería decir que me dio penita verlo allí tirado y que decidí adoptarlo.

El caso es que me lo llevé, y empecé a leerlo ayer mismo. Por fin una novela que tenía verdaderas ganas de leer. Es mi primer Mailer, no sé si podría haber empezado por otro más famoso o más reconocido, pero lo cierto es que, a pesar de que no he llegado más que a la página 40, ya me he dejado atrapar por ese narrador un poco tramposo, que cuenta las cosas en el orden que le conviene y que nunca llega a desaparecer del todo mientras habla de los antepasados de Hitler y no de sí mismo. Divertido, en un sentido que no tiene que ver con la risa, sino con el entretenimiento. Todavía me faltan otras 450 páginas, o así. A ver qué tal se da.

25 de diciembre de 2007

El arte de la fórmula

Hace un par de semanas se me llenó de pronto la cabeza de una palabra: fórmula. En medio de una clase del taller literario al que asisto, mientras un compañero leía su relato de la semana, me di cuenta de hasta qué punto estábamos (estoy) usando fórmulas a la hora de escribir.

Fue como una pequeña alucinación psicotrópica: durante un momento, el relato que tenía ante mí se transformó. De ser una sucesión de letras, palabras, frases, se convirtió en un montón de ecuaciones, cantidades, variables, que indicaban las medidas y porcentajes a utilizar: el planteamiento, el diálogo, los adjetivos, el conflicto, el cambio, los lugares comunes eran números negativos. Tuve la sensación inequívoca de que estábamos aprendiendo una matemática singular: la de la literatura. Y me sentí un poco asqueada. Tal vez porque la magia desapareció por un momento, igual que si miras a alguien que te gusta se te hincha el pecho, pero no querrías saber qué tiene dentro de su cavidad abdominal (aunque tú tengas lo mismo).

Puede que esta visión tan reduccionista que me asaltó tenga mucho que ver con mi mente analítica y mi "pasado científico". Puede que yo tienda a ver fórmulas y estructuras donde otros solo ven texto que fluye, mejor o peor. Pero creo que, a pesar de la exageración del momento, no iba muy desencaminada.

Y el caso es que esta sensación y las reflexiones posteriores me han llevado a desembocar en otro tipo de pensamientos respecto a mi producción "literaria" actual. De pronto tengo la sensación de que he subido una montaña (o una colina) y que ahora estoy limitándome a pasear por una meseta muy agradable, con mucha vegetación y pocas sorpresas. Vamos, que me he estancado. Esa me parece una palabra un poco excesiva, pero creo que es lo que subyace a esta sensación, este no sentir avance, ni hacia delante ni hacia atrás.

Percibo dimensiones verticales en mis textos que aún no rozo más que con la yema de los dedos. Lo mismo me pasa con el lenguaje: todavía no he llegado al punto de examinar cada palabra, cada frase, y reflexionar sobre si cumple su función o si debería cambiarla, o eliminarla. Cierto es que lo hago con muchas frases, pero muchas otras se me escapan, o quedan camufladas porque ejercen una función de informante menos trascendental.

Este curso me había puesto a mí misma un objetivo no desdeñable: complicarme la vida (literariamente) lo más posible. Explorar esos niveles de profundidad, subirme a la siguiente montaña. De momento estoy notando que lo que escribo me cuesta mucho más esfuerzo, pero no sé hasta qué punto estoy cambiando mi forma de abordar los textos. Creo que tengo que escribir más, y dejar pasar el tiempo, y entonces sabré si me he quedado tomando el sol en la meseta o si me duelen las pantorrillas de subir la siguiente montaña.

19 de diciembre de 2007

Regalos de navidad culturetas

Como estoy suscrita a la revista Eñe, la editorial La Fábrica, me envía montones de correos electrónicos de publicidad sobre sus ediciones y demás. He de decir que normalmente no les presto demasiada atención, más que una pasadita visual rápida, y de ahí a la papelera, pero ayer recibí uno que me pareció interesante, sobre todo viendo los tiempos navideños que corren y lo difícil que es innovar en esto de los regalos.

Los de La Fábrica, que tontos no son, han combinado el concepto de cesta navideña con el del típico regalo multiuso: el libro (la colonia también es un clásico, pero aquí estamos hablando de una editorial). Así que se han inventado el concepto de "cesta cultural".

A mí me parece buena idea, aunque me haría más gracia si una librería como la Casa del Libro lo ofreciese a sus clientes, con la posibilidad de configurar tu cesta como quieras, igual que El Corte Inglés te permite comprar un cofre de cremas para mami y tú puedes elegirlas, o igual que las cestas tradicionales de Navidad. O, ya metidos en materia, por qué no poder preparar una cesta de navidad con cualquier producto de Fnac, de Amazon o incluso de El Corte Inglés. Nada de comprar las cosas por separado, no, un paquete bien envuelto, con su cesta de mimbre incluida y su gran lazo rojo, enviado a domicilio si el cliente lo solicita.

Entonces, por ejemplo, en vez de regalarle el dichoso cofre de cremas a mi madre, igual me decantaba por una cesta navideña en la que figurase "Vida y destino", de Vasili Grossman, la nueva edición de "Bartleby el escribiente" de Nordica Libros y esa estupenda nueva traducción de "La montaña mágica" que apareció hace un par de años. Aunque para no quedar demasiado pedante y, como concesión a lo tradicional, tal vez incluiría también una caja de polvorones y una botella de sidra.

17 de diciembre de 2007

Las correcciones de Raymond Carver

La revista New Yorker, en su número de invierno dedicado a la ficción, abunda de nuevo en la polémica acerca de la "autoría" de la versión final de los cuentos de Raymond Carver.

Esta vez nos sirve en bandeja a los lectores una prueba documental para que podamos hacernos a la idea de hasta qué punto Gordon Lish, el editor de Carver, llegó a meter las tijeras en los textos. La revista ofrece la versión original del cuento "Beginners", que pertenece a "What we talk about when we talk about love" (De qué hablamos cuando hablamos de amor), el primer libro de relatos de Carver, el que marcó el comienzo de su fama.


Este cuento es el último del libro y tiene su mismo título, no el que Carver le dio al escribirlo. Es la versión corregida por Lish, por supuesto. La otra no ha salido a la luz más que ahora, cuando la viuda de Carver, Tess Gallagher, ha decidido que los cuentos de su difunto marido deberían ser publicados tal y como él los escribió.

Es un ejercicio curioso leer la versión original de "Beginners", así como la versión editada, que contiene las tachaduras de Gordon Lish, los cambios que hizo (entre ellos, cambió el nombre de varios de los personajes, eliminó pasajes largos y todo el final escrito por Carver).

La narración de Carver es algo más explicativa de lo que nos resulta familiar en él, y es Lish quien se encarga de podar todos los pasajes que suenan a circunloquio, justificación, explicación o "telón de fondo" para el lector. Deja que este sobreentienda muchísimo más, que tenga que hacer más trabajo, porque no le da nada mascado y listo para digerir. En ese sentido, Lish ha vuelto el cuento más minimalista, más del realismo sucio del cual Raymond Carver lleva siendo un pope tantos años. Los personajes dicen menos y se describen menos gestos suyos -solo los esenciales, podríamos decir.

El final de Lish es como un zambombazo, una descarga eléctrica que no sabes de dónde viene. El final de Carver llega suave y, en cierto modo, predecible, como una pelota rodando cuesta abajo. Me ha sorprendido descubrir que el Carver original encerraba mucho más sentimentalismo que el que yo conocía. Nada que ver. Como si un mago hubiese transformado un bizcocho con pasas en un spray de defensa.

16 de diciembre de 2007

SinColumna - Especial de Navidad

Esta semana, para asimilarnos a las publicaciones, programas, centros comerciales y demás que dedican estos días a la promoción navideña, hemos preparado una edición especial de SinColumna dedicada a ya os imagináis qué.

Yo colaboro con un artículo sobre la historia del villancico, ese género tan entrañable que recibimos con cariño al inicio de las fiestas y que desterramos de nuestra discoteca con odio feroz provocado por la saturación cuando llega el 7 de enero.

En mi disculpa por abordar un género tan aparentemente "casposo" diré que la música que acompaña al artículo no es de zambomba... sino de Bach.

15 de diciembre de 2007

Seamos benévolos... pero sin pasarse

Ahora que estamos a final de año y es tradición recapitular, mirar hacia atrás sin ira y querernos los unos a los otros (con tono irónico), me he estado acordando de algunos de los temas que han hecho de este año un año “literariamente caliente”.

Un asunto que he seguido con especial atención ha sido la publicación en España de la archifamosa novela de Jonathan Littell ganadora del premio Goncourt francés del año pasado: Las benévolas. Llevaba hablándose de este libro desde el acontecimiento que supuso el premio ―no por lo monetario: la dotación es de solo un euro, sino por la repercusión mediática y por los editores que empezaron a frotarse las manos nada más conocer el nombre del ganador. Desde ese momento, se ha escrito tanto sobre esta novela que me ha dado pereza opinar yo misma.



Lo cierto es que creo que todo lo que se podía decir, se ha dicho ya, y mentes más preclaras que la mía han diseccionado la novela, han cogido sus páginas con pinzas para sumergirlas en soluciones estériles y analizarlas bajo el microscópico. Yo solo puedo decir que la leí a principios de año en su versión original francesa, y que, aunque me costó orientarme con tanta jerarquía militar de las SS, la Wehrmacht y demás, me gustó. No la llamaría “gran novela del siglo”, pero me gustó lo razonable. Punto.


Lo que pasa es que, cada vez que aparece un nuevo libro sobre uno de los acontecimientos más importantes de la historia moderna, de pronto todo el mundo parece volverse loco a base de comparaciones. La novela de Littell no habla del Holocausto nada más que tangencialmente. No hay personajes judíos de importancia, como en la mayor parte de las novelas y otras obras famosas que tratan el nazismo. Me estoy acordando, sin ir más lejos, de Si esto es un hombre, de Primo Levi, y de El hombre en busca de sentido, de Víctor Frankl. Dos libros (una novela autobiográfica y un libro entre autobiográfico y de terapia) que tratan directamente con las experiencias tan dolorosas de los supervivientes. O como las memorias de
Władysław Szpilman (adaptadas para el cine en El pianista, de Roman Polanski), el cómic o novela gráfica Maus, de Art Spiegelman.

La ausencia de la visión de las víctimas es algo que se le ha echado en cara a Las benévolas, como si toda novela que trata de la II Guerra Mundial y del nazismo deba tratar ese tema y, más aún, deba tratarlo conforme a las convenciones que todos hemos aceptado al respecto. Pero un escritor debería ser libre para tomar la visión de las cosas que desee, o que más le interese desde el punto de vista literario.

Por otro lado, Littell ha tenido la buena o mala suerte de que la traducción de su novela al español haya coincidido con la edición de Vida y destino, de Vasili Grossman, otra novela sobre la II Guerra Mundial, esta vez vista desde la perspectiva de Rusia, que trata de forma mucho más cercana el sufrimiento.


Todavía no he leído la novela de Grossman, aunque la tengo en mi estantería y estoy deseando empezarla. Hasta que no la lea no me permitiré dar ninguna opinión, aunque estoy segura de que se trata de algo totalmente distinto a la obra de Jonathan Littell. Vida y destino ha tenido un éxito espectacular en España, al parecer sin excesiva promoción editorial. Dicen que esta novela es una gran novela del siglo XX, y que será recordada durante mucho tiempo. Algunos la comparan con Guerra y paz. Eso da un poquito de miedo, pero achaquémoslo al entusiasmo de los editores y los críticos, que a veces son como niños con zapatos nuevos. No dudo de que sea buena, es más, estoy convencida de que lo es, pero quien debe adjudicar el adjetivo de "grande" es el tiempo que, como ya sabemos, acaba por ponernos a todos en nuestro sitio.

4 de diciembre de 2007

Cómo agotar el estilo, en diez fáciles lecciones

La primera novela de Chuck Palahiuk que leí fue "Nana", y la recuerdo muy bien porque, además de gustarme, fue hace relativamente poco: unos dos años y pico. Yo nunca había oído hablar de Chuck Palahniuk hasta esa fecha, así que leí la novela sin ningún prejuicio. Sabía (porque lo pone en la solapa interior y porque me lo habían dicho) que era el famoso tipo que había escrito "El club de lucha", pero no había visto la película ni tampoco había leído el libro. Para mí ni era famoso, ni debía prestarle más atención que a cualquier otro.

Pero la novela me gustó mucho. El argumento es original, está bien llevado, fluye fácilmente. Así que hice lo que suelo hacer cuando leo algo de un escritor al que no conocía y acaba por gustarme: leí otro par de novelas suyas. Primero el dichoso club de lucha y después "Diario". "Nana" siguió siendo la que más me gustaba, aunque el estilo de las otras dos era parecido: dinámico, bastante agresivo y muy masculino. A Palahniuk le gusta introducir elementos, digamos, escatológicos, con intención de provocar, de revolver las tripas del lector. Aunque eso empecé a deducirlo después de haber leído "Asfixia" y "Superviviente".

En ese momento, ya me rondaba una mosca detrás de la oreja. Tal vez me di una sobredosis de Chucky en demasiado poco tiempo, pero el caso es que el estilo me empezaba a saturar. Porque, aunque las tramas sean originales (tampoco hay que pasarse, pero son curiosas), sus recursos son siempre los mismos: sucesos escabrosos, sexo, lo escatológico, agresividad, testosterona, algo de humor (a veces forzado). Su forma de narrar (salvo en Nana, sigo pensando que es lo mejor que he leído suyo) también es siempre muy parecida: frases cortas, digresiones que pasan como un vídeo a doble velocidad, flashes, espasmos, diría incluso.

Todo esto, ¿a dónde podría conducirle si cada historia era un poco más, un paso más allá de la línea? Pues directo a estrellarse contra la pared y (homenajeando su estilo) destrozarse la cara contra los ladrillos hasta convertirla en una masa pulposa e informe. Ahora viene el título, sí: "Fantasmas".

Creo que terminé este libro de Chuck Palahniuk por pura fuerza de voluntad. Lo vendían como novela pero, sin embargo, no pasa de ser una colección de cuentos escabrosos (alguno verdaderamente desagradable) intercalado con poemas malos, pero malos, y una trama argumental cogida por los pelos para unirlo todo. Un horror --siento decirlo así de crudo.

Después de eso, me dije que no iba a volver a leer un libro de Palahniuk a no ser que alguien de fiar me asegurase que era bueno. Pero la carne es débil, y siempre he guardado un lugar en mi corazoncito para esos escritores que me han gustado mucho, aunque luego algún libro suyo me haya decepcionado (y, de hecho, el retorno al amor literario me ha funcionado alguna vez; por ejemplo, con Salman Rushdie). Así que hace cosa de un mes me dejé prestar "Rant" y empecé a leerlo. Con escepticismo, eso sí.

No pude pasar de la página 30. Empecé por no enterarme de cómo estaba estructurado. Pretende contar la historia de un tipo que ha causado la muerte de millones de personas, y lo hace a través de "entrevistas" con gente que le ha conocido o que ha tenido algún tipo de relación con él. Pero en mi opinión resulta demasiado confuso, como si quisiera hacerlo a propósito --con resultados contraproducentes, creo yo. Al llegar a la página 30, cuando parecía que empezaba a cogerle el tranquillo a la historia, Chucky me planteó una escena en la que dos niños olisqueaban ciertos elementos del contenido de una bolsa de basura --que omito aquí por delicadeza para con la concurrencia. Dije basta, cerré el libro y me fui corriendo al baño a vomitar (metafóricamente).

Creo que Chuck Palahniuk ha perdido el norte. O el oeste, o el este, o lo que quiera que fuese. Cada uno de sus libros ha ido un poco más allá, ha explotado un poco más el recurso de lo escabroso, pero está claro que todo tiene un límite. Hay un punto en el que deja de ser literatura y se convierte en guarrería. Ni siquiera lo llamaría "experimentación" (esa palabra tan de moda por ahí). Guarrería me parece el calificativo perfecto. A mí ya no me provoca, es tan excesivo que solo me causa aburrimiento por saturación. Como nos sucede a veces en la vida: cuando algo se convierte en costumbre, deja de escandalizarnos, deja de provocar una reacción en nosotros. Al menos, la reacción que nos producía antes.

Así que paso de Chucky. Por lo menos, hasta que alguien me jure y perjure que su enésimo libro es mucho mejor.

1 de diciembre de 2007

Hitchcock by Scorsese

El anuncio de Freixenet de este año está dirigido por Martin Scorsese y es un homenaje a las películas de Alfred Hitchcock. No sé qué pensará el resto del mundo, pero a mí me parece genial. Una obra de arte, y, por una vez, sin burbujas en bikini.



Fijaos en el plano con el que comienza el anuncio real (no el pequeño trampantojo del bueno de Martin hablando de esas páginas perdidas de Hitchcock que ha encontrado y que va a filmar): el violinista tocando esa música que es tan de "Psicosis" o de "Los pájaros", y la cámara que retrocede hasta mostrarnos la escena completa del teatro y el público. El color de la imagen, la fotografía, que es tan de "Con la muerte en los talones". Los títulos de crédito, la mano que abre la puerta, la caja, la imagen grabada desde lo alto de la escalera mientras el protagonista sube. Solo me ha faltado la oronda figura de Alfred sentada en el patio de butacas, o tropezando con el protagonista en un momento de descuido.

Lo único que no me ha terminado de gustar es el final. Gracioso, pero demasiado obvio, ¿no? Como si no nos hubiéramos dado cuenta de todo lo demás. Aún así, olé por Martin Scorsese.