10 de enero de 2008

El castillo en el bosque, bis

Ya no puedo más.

Estoy harta de demonios y ángeles y grandes maestros diabólicos, y de nombres graciosos y un poco escatológicos para dios, de abejas, conversaciones interminables y aburridísimas sobre cómo cuidar una colmena, de miradas siniestras de niños de ocho años. Vamos, que lo dejo. En la página 180, más o menos. Ya he aguantado bastante.

Y el caso es que el principio estaba bien, era entretenida toda esa historia de los abuelos y padres y tíos y primos de Hitler, funcionaba, estaba bien contada. Eso sí: en cuanto apareció el diablo como narrador (cuando el narrador hasta el momento me había gustado tanto), se me desinflaron todas las expectativas. Fue como el famoso deus ex machina. Si el diablo es el que está moviendo los hilos, ya no vale, es hacer trampa.

El caso es que me ha recordado a algo que yo hubiera escrito hace años (salvando las distancias, claro). Una pequeña manipulación que me habría hecho gracia y que hasta me habría parecido una buena idea. Pero no hay como ver la paja en el ojo ajeno...

Así que me paso a Murakami. Tokyo blues. Ya os contaré.


2 comentarios:

Recaredo Veredas dijo...

Gracias por el ahorro, en dinero y en tiempo. Saludos.

Hank dijo...

La elección que acabas de hacer no puede ser más acertada. Me gustaría no haber leído Tokio Blues, para leerlo de nuevo