20 de mayo de 2008

Sicilia, invierno

Tengo que confesar, sin ninguna vergüenza, que formo parte del club de fans de Ignacio Ferrando.

Supongo que la cosa empezó, allá por el verano de 2006, cuando, junto con otros compañeros, me apunté a un taller de "Creatividad y Literatura" en la Escuela de Escritores. El curso duraba un mes, tenía varios profesores y Nacho daba dos clases. Entonces a mí ya me sonaba su nombre como ganador de varios premios importantes, aunque casi todos los que estábamos en aquel curso éramos novatos en esto de los talleres y muchos nombres del mundillo del relato actual nos sonaban a chino.



La experiencia fue tan buena que varios de nosotros acabamos en el siguiente Curso de Relato que daba Nacho en la escuela y que empezaba en otoño. Puede decirse que ahí empezó nuestra pequeña secta.

Nacho ha sido más que un excelente profesor para nosotros (si alguno de los compañeros se pasa por aquí, podrá atestiguarlo). Ha sido otro compañero más, con el que hemos compartido lecturas, cañas y alguna que otra inocentada. Hemos brindado con champán por sus premios (y algunos de los nuestros, también), hemos engullido bombones mientras leíamos relatos con los dedos manchados de chocolate, nos hemos reído hasta no poder seguir leyendo, hemos compartido libros fantásticos y chismes, y casi dos años de mucho trabajo literario en el que todos hemos crecido como escritores (y creo que también como personas).

Ninguno dudábamos de que el nuevo libro de Nacho iba a ser excepcional, porque, la verdad, no recordamos haber leído nada suyo que no sea muy bueno (si lo hay, lo tiene muy, pero que muy bien escondido...).

He leído "Sicilia, invierno" a saltos en cinco trayectos de metro en los últimos dos días. Cada uno me daba para aproximadamente dos cuentos y algo, de los once que forman el libro, más el anexo con notas. Cuando el metro llegaba a su destino y tenía que cerrar el libro, me resistía. Quería seguir caminando con él en la mano, leer un párrafo más, empezar ese nuevo cuento que me aguardaba donde había dejado el marcapáginas, protegido por una hoja salpicada de ramas, y cuyo título anticipaba otro mundo en el que sumergirse, en el que jugar con las leyes de Mendel, con tubos de pintura o pasear por el Retiro a horas intempestivas.

Esta tarde he llegado a casa buscando las llaves en el bolso con una mano, porque con la otra sostenía el libro mientras terminaba de leer el apéndice de notas, pequeñas pinceladas que clarifican el proceso creativo de cada relato. Enseguida me han entrado ganas de escribir. Unas ganas mastodónticas, compulsivas, como las de una yonqui a la que le falta la dosis. La buena literatura hace eso para mí: me impulsa a crear, a intentar alcanzar los límites más altos posibles, a superar a Nacho (el maestro) en un alarde de osadía, inconsciencia, narcisismo o fiebre, yo qué sé.

Así que ahora solo estoy esperando a terminar este post un poco panegírico y otro poco envidioso (a medias sano, a medias en proceso de curación) para lanzarme sobre la hoja en blanco y dejarla hecha un asco a base de letras y signos de puntuación. Y mañana, recomendar el libro a todo el que me pregunte. Porque es estupendo, y eso no lo digo porque yo sea del club de fans de Ignacio Ferrando.

6 comentarios:

Manu Espada dijo...

Ayer me llegó el libro a casa (compra por correo). Me leí algunos de los relatos y me entraron las mismas ganas compulsivas de escribir que a ti, Paula. A ver si me lo acabo esta tarde. Han sido dos años maravillosos al lado de nacho y de todos vosotros, a ver si continúan.

Anónimo dijo...

Yo, y perdonarme por ello, debo ser una romanticona empedernida que se niega a reconocerlo pero que se emociona cuando lee a Nacho; hasta el punto de releer varias veces la misma frase o no querer avanzar por causa de una palabra o de cerrar el libro para soltar un taco por lo que acaba de hacer. Porque lo más increible es que siempre lo termina haciendo. Acaba sorprendiendo y conquistando la idea que todos hubieramos deseado nuestra. Sencillamente, lo hace una y otra vez. Y a mí me bloquea, chicos. Lo siento, una es sensiblona. Pero me llena de orgullo que lo haga porque muy pocas veces me bloqueo, por no querer decir ninguna, porque sonaría a presunción y no lo es. Pero Nacho consigue ese efecto en mí, y los dedos se relajan, y la pluma se escurre por la mano, y me ahogo en la mancha que deja en el suelo.
Y aunque os confiese esta debilidad, pido porque me siga sucediendo, porque lo siga haciendo. Porque es como la tormenta, tras la tempestad llega la calma.

Recaredo Veredas dijo...

Ignacio Ferrando es un muy buen cuentista. Alabo tu gusto.

Pableras dijo...

Yo también doy fe de su calidad humana y literaria. No en tu grupo pero también he tenido la suerte de compartir muchísimos momentos a su lado y disfrutar a lo grande.

No he leído el libro pero estoy deseando tenerlo entre mis manos. Yo de momento calmo mis ansias de escritura con el blog pero me alegro muchísmo que tú tengas el mono. Ojala lo tengas siempre

Un beso grande

Pableras

Paula dijo...

Patricia, Patricita, no me puedo creer que tú seas capaz de bloquearte, tú entre todos nosotros, tú que siempre tienes un cuento entre las manos. No me lo creo. Es una excusa vil para seguir leyendo y no escribir ;-)


La verdad (ahora que no me oye je je) es que Nacho es una persona estupenda y muy generosa, aunque a él se le salten los colores cuando se lo decimos. Ha aguantado estoicamente que hiciéramos las propuestas cuando nos daba la gana, que le gastásemos bromas sobre Espido Freire. Vamos, un santo.

Administrador dijo...

Suscribo todo lo que dices de Nacho, yo he asistido a un taller suyo, pero a distancia, y aun así se creó un clima inolvidable entre todos: Nacho y sus citas diarias, contestando a todos los mails, sugiriendo lecturas, proponiendo un chat cada dos semanas, comentando los cuentos de todos con una generosidad y calidez entrañables, animando a los que sufrían bajones... en fin, y luego, además, esos cuentos perfectos, sin fisuras, que uno ya no consigue olvidar. Un gran tipo, la verdad. Se merece toda la suerte del mundo, por bueno y talentoso. Un abrazo, Patro.