19 de enero de 2008

Alucinaciones repetitivas en el metro de Madrid

Hace un par de días, iba en el metro leyendo "Tokyo blues" de Haruki Murakami, cuando leí esta frase:

A mano izquierda , vi una especie de almacén; también se vislumbraba la puerta del lavabo.

Por alguna razón (problablemente por la presencia del verbo "vislumbrar", que me saltó a la vista), me detuve, volví a releerla y luego me pregunté:

¿Cuántas veces en la historia se ha escrito una frase como esta? U otras parecidas como:

Se veía también la puerta del servicio.
Además podía verse la entrada al baño.
Atisbé la entrada al lavabo.

Podría seguir, al modo de Raymond Queneau y sus "Ejercicios de estilo".

El caso es que pasé un buen rato con el libro en la mano y mirando hacia la nada, preguntándome por la repetición, por la decisión de Murakami de que la frase fuera esa exactamente, y no otra. Por la posibilidad de escribir algo realmente auténtico, único... y por la posibilidad de certificar que lo es (en la práctica, inexistente). Por las ideas repetidas mil veces de la Biblia, el Código de Hammurabi, los mitos griegos, las tragedias de Shakespeare, los cuentos de los hermanos Grimm, el Beowulf, la historia de Genji, las novelas de Tolkien, las películas de Hollywood. Me pregunté por la necesidad de seguir diciendo cosas (y de que otros las digan, si ya han sido dichas mil veces), por la idea de que sí, han sido dichas mil veces pero parece que no las hemos interiorizado, o que siempre pueden renovarse, como se renueva nuestra sociedad.

No llegué a ninguna conclusión satisfactoria, porque esa conclusión también la han alcanzado otros antes: todo está dicho ya, pero no por nosotros. Creo que esa idea (por egocéntrica que suene) es lo que marca la diferencia: el que creamos (en nuestra finitud intelectual) que somos capaces de decirlo de otra forma. O, simplemente, que necesitemos decirlo y nos dé igual estar en la cima de una montaña enorme de ideas recicladas de nuestros antepasados.

En el fondo (y en la forma), este post no tiene el más mínimo interés: todo esto ya lo ha dicho alguien antes. Incluso podría haber sido yo ;-)

Por cierto, aunque solo llevo la tercera parte, el libro me está gustando mucho.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

Sin duda, un tema muy borgeano...

Cinéfilo dijo...

Harold Bloom lo llamaba "la angustia de la influencia". Escribimos para no parecernos a los precursores, pero no lo conseguimos. También decía que la literatura a lo largo de los siglos no ha hecho otra cosa que empeorar. Ah, si... y que no hay que leer nunca, nunca a Harry Potter.

Ar Lor dijo...

¡Muy buena reflexión! Y brillante el remate final: "todo está dicho ya, pero no por nosotros", nos alivia del desasosiego por la futilidad de "nuestro arte".
Estoy de acuerdo con lo que dice jose, pero aplicando con libertad la fórmula anterior, siempre podremos parecernos a "nuestro Cervantes" o a "nuestro Salinger"

Paula dijo...

Anónimo, para mí Borges es ese escritor que cogió lo que ya estaba dicho (por ejemplo, por los griegos) y nos lo mostró de una forma que parecía y sigue pareciendo realmente nueva.

Jose, ¡qué sorpresa! Sí que te tenías callado lo de tus blogs, pillín. Ya es la segunda vez que te oigo (leo) citar a Harold Bloom. A mí ese hombre (cultura pantagruélica aparte) siempre me ha parecido muy poco positivista...
PD: Yo he leído todo Harry Potter. Ups...

Ar Lor, hay una entrevista en "El síndrome Chéjov" con el cuentista Carlos Castán en la que dice que lo que no hay que hacer es perseguir a los maestros. La frontera entre imitar 7 aprender a veces es una línea terriblemente fina.

Manu Espada dijo...

Precisamente hoy hablaba con amigo sobre esto. Decía que le daba la impresión de que todo lo que había escrito ya lo habían escrito antes. La conclusión final fue: "No es una impresión, ya lo han escrito antes".

Paula dijo...

Lo gracioso del asunto es que acabamos volviendo a esta idea (de que todo está escrito) una y otra vez, como si se nos olvidase. A mí me pasa que, cuando me acuerdo, me viene un ataque de déjà vu de los que te tumban de espaldas, porque, para más inri, no es solo que todo lo hayan escrito antes, sino que nosotros mismos hemos reconocido que había sido así antes, también.
El colmo de la repetición.

(Se nota que es lunes y que he dormido poco, porque este comentario parece la parte contratante...)

Carlos Frontera dijo...

Y digo yo: cuando uno asiste a un espectáculo que le gusta, cuando recibe una caricia placentera, no se detiene a pensar si esa sensación la ha experimentado ya alguien. ¿Por qué plantearnos entonces si lo que uno escribe ya se ha escrito antes?
Lo que importa no es el qué, sino el quién, el punto de vista.
O no. Qué sabe nadie.

Paula dijo...

Hombre, porque tenemos ego y queremos ser trascendentes, y dejar nuestra huella en la historia de la literatura, y cultivar la autoestima, y yo qué sé cuántas cosas más (algunas de las cuales no sé si reconocería en público).

Vamos a tener que volver a eso que decía Sócrates de "solo sé que no sé nada". O algo.

Carlos Frontera dijo...

Quería decir: nada de lo que sentimos es inédito, es lo mismo que lleva sintiendo el ser humano desde que abandonó el árbol, segundo arriba, segundo abajo.
Lo que es nuevo es lo que siente cada individuo particular, y eso es lo relevante, su punto de vista único. Y por analogía: lo que escribe cada cual.
Y lo dice uno que, cuando lee a ciertos autores, siente un deseo irrefrenable de no volver a escribir, no por lo que cuentan, sino por cómo lo cuentan (envidia o constatación de que nunca lo haré así, vaya usted a saber).
Saludos.

Paula dijo...

Sí, es lo que decíamos: es inédito para nosotros, y eso en la mayor parte de los casos nos basta, pero no en todos.
A mí lo que me pasa con ciertos autores no es que se me quiten las ganas de escribir, sino todo lo contrario: me entran unas ganas terribles, por mucho que sepa que no lo haré como ellos.

Salu2 bis

Anónimo dijo...

Lo peor es cuando uno cree que es mejor decir, por ejemplo, "vislumbró una puerta", que "vio una puerta", porque piensa que la segunda opción es demasiado "facilona" o que peca de falta de estilo o que no se le valorará como escritor con talento. En mi opinión, el problema que subyace en este tema que has planteado es el del exceso de ego (no sé si es una lacra de nuestra tradición occidental), el afán por la "originalidad". Para mí lo más difícil es conciliar el contenido con el estilo (que creo debe ser lo más conciso posible).

Por otra parte, la primera opción me parece bien si "vislumbró" se utiliza para matizar, o tiene alguna resonancia concreta (por ejemplo, la utiliza otro autor que nos gusta) y realmente enriquece el texto y no es simple alarde lingüístico (en esto todos hemos caído alguna vez).

Paula dijo...

Hola Carlos.

Estoy de acuerdo contigo en lo del uso de palabras "sonoras". Aunque, en el caso de Murakami, ese "vislumbró" que canta tanto podría ser achacable a la traducción.

En cuanto al ego, sí es verdad que, al menos desde aquí, parece que las sociedades orientales no se caracterizasen tanto por el ego de sus individuos. Aunque nos estamos globalizando tanto que no creo que tarden mucho en convertirse en divos --mira a Murakami, por ejemplo.

Creo que el afán por la originalidad surge en un momento u otro de la creación. Puede ser lo primero, cuando estás trabajando la idea, o puede surgir cuando ya has terminado y de pronto te preguntas si habrá merecido la pena lo que has escrito. Pero creo que nadie escapa a esa pregunta, en mayor o menor medida.

Anónimo dijo...

Lo de la sonoridad y la repetición de determinadas palabras o frases a lo largo de un texto y su relación con el "lenguaje" musical daría para otro escupitajo erudito (y tú que sabes de música, seguro que puedes aportar mucho más que un aficionado como yo).

En cuanto a lo que dices de la traducción, ayer lo pensaba: habría que ver lo que dice Murakami en el original y hasta dónde llega la aportación del traductor.

Paula dijo...

Me gusta esa idea de escupitajo, echaré un vistazo por ahí a ver si saco alguna conclusión que merezca la pena, aunque ya, sin pensar en nada, me parece que me voy a meter en un terreno extremadamente movedizo.
Algún lector poeta seguro que también podría aportar cosas muy interesantes sobre la musicalidad del texto.