11 de noviembre de 2008

Et tu, Bruto



Yo antes nunca lo hacía, lo juro. El libro que no terminaba de convencerme ni en el primer capítulo empezaba a mirarme desde la mesa o desde el estante con ojos doloridos de perrito abandonado (figuradamente, por supuesto) y yo acababa por ponerme blanda y plegarme a sus súplicas, y darle la galletita de las siguientes 20, 50, 100 páginas. Incluso acabar la última hoja y rascarle el lomo (figuradamente, por supuesto) y no dejarlo abandonado en cualquier esquina como si fuera un BookCrossing cualquiera.

Por supuesto, al mismo tiempo sentía cernirse sobre mi cabeza el dedo acusador de la Literatura Universal que, con su acento húngaro y su voz grave de barítono wagneriano, me susurraba al oído que nunca llegaría a leer todo lo que debería porque andaba perdiendo el tiempo con memeces varias.

No sé cómo todo aquello cambió. Cómo dejaron de gustarme las mascotas descarriadas y perdí la paciencia. Cómo mi yo templado y reflexivo dio paso a una lectora que se dejaba atrapar por la compulsión y el deseo oscuro e inconfesable de montar aquelarres en el parque más cercano, de prender hogueras sobre las que saltar con pértiga (figuradamente, por supuesto). 

Tal vez todo fue culpa de la Literatura Universal, ella, con sus ojos como platillos volantes en cuyas pupilas puedes leer los cuentos completos de Kafka. Aunque echarle la culpa puede que no sea más que cortar la cabeza del turco con una cucharilla para el café. 

El caso es que ahora ya no me dan pena esos libros que sollozan de madrugada en mi estantería porque la noche anterior decidí no seguir leyéndolos y les quité el marcapáginas. Ya no me dan pena sus ojitos de cordero degollado, su pegar saltos para acercarse a mí cuando me acerco yo a la estantería en busca de alguna novedad. Ya no me tiembla la mano cuando los cierro, cuando los escondo, cuando los relego a la última balda. En esos momentos la Literatura Universal aplaude con sus manos enormes que parecen mapamundis, me prepara un té caliente como a mí me gusta, con un chorrito de leche, y se pone a hacer calceta mientras yo me preparo para atacar la siguiente novela de Dostoievski que, por pereza o por vergüenza, nunca he conseguido terminar.

A veces, porque me siento rebelde o por hacerla rabiar, elijo el último de Chuck Palahniuk o hasta un Murakami, y espero a ver qué cara pone. Siempre me hace dudar, me despista canturreando un aria de Haendel mientras yo apuro las cuarenta, cincuenta primeras páginas. Justo entonces, a veces, levanta una ceja mientras teje la siguiente vuelta de la bufanda y yo en ese momento cojo el marcapáginas, lo arranco de los dientes del libro, que se resiste a su destino final entre sollozos e insultos inimaginables, y cierro las puertas del infierno. Me voy sin mirar atrás, como Orfeo, hacia la estantería, y la Literatura Universal apunta su enésimo acierto con letra de médico en su cuaderno Moleskine. Figuradamente, por supuesto.



La foto, por cierto, es de Hamlet. Hamlet y la cabeza de Horacio, el cariñoso osito de peluche que su padre le regaló cuando era pequeño, antes de que el sucio de Claudio lo asesinase (sic).

11 comentarios:

Jaime dijo...

No veo la foto.
No te dejes influir por D. Si el delito se comete, no es lo más importante. Lo más importante es lo que peligra tu "vacío" si lo llenas de frases rusas traducidas a traición y con alevosía.

Paula dijo...

Imposible dejarme influir por D, solo he llegado a la página 5 8-) Y es cierto que lo más importante no es el delito (en mi caso, el muerto del capítulo 2). Lo más importante es la metamorfosis. O lo que sea que quiera decir eso (estoy en ello).

Solucionado lo de la foto (los problemas del directo).

Magda Díaz Morales dijo...

Es sumamente cansado y aburrido leer un libro que no atrapa, yo sencillamente lo dejo, es mucho mejor porque termina uno detestándolo.

Muchas gracias, te agradezco.
Un abrazo

Manu Espada dijo...

Cuando no me gusta un libro, no me lo acabo, hay demasiadas cosas que leer como para perder el poco tiempo que nos queda.

Ar Lor dijo...

¡Muy bien! Ejemplar cambio de actitud que nos "ilumina" a
los que pasamos por el mismo trance.¡Y muy bien contado!

Bea Alzola dijo...

Magister dixit: "sentía cernirse sobre mi cabeza el dedo acusador de la Literatura Universal"

:) :) :)

Servidora también, con el paso de los años, tiene menos reparos a la hora de dejar sin leer un librito en una estantería, fundamentalmente por la causa que expone el caballero manuespada.

En cuanto a la estupenda foto de Hamlet, solo díre ¡qué grande fue Sir Laurence y qué grande es esa película!

Paula dijo...

La verdad es que ahora me pregunto cómo podía ser capaz de terminarme ciertos libros. ¡La de tiempo que habré perdido por ser "compasiva"! Algo que, para más inri, no me agradecía nadie :D

Ahora, si en la página 30 no me gustan, las más de las veces los dejo (o aguanto como mucho hasta la 50). Se acabaron los reparos... y qué alivio.

Gracias a todos por vuestros comentarios, me encanta teneros por aquí para animar el garito.

Jaime dijo...

¿Q (otros) libros condenamos a la estantería del libro aburrido? ¿Hay c****** a juzgar? ¿Al menos a decir qué hemos tenido nosotros que abandonar? (nos vencen unas páginas viejas... que vergüenza)

Paula dijo...

Pues la verdad es que a mí me da vergüenza confesar que todavía no he conseguido leer Crimen y Castigo, que ya lo he dejado dos veces y esta tercera no me siento en absoluto motivada --por mucho que otras obras de D me fascinan, me arrebatan, me sulivellan.

Sin embargo, me avergüenzo menos (aunque una chispita de sonrojo me queda por ahí) de confesar que el capítulo sobre la cabeza del cachalote de Moby Dick es un hito que no me siento preparada psicológicamente para superar. O que detesto a Conrad con todas mis fuerzas (ya será menos, ya), que terminé Nostromo y El corazón de las tinieblas sacando las fuerzas del hígado, pero casi habría preferido comérmelos de cena con un poco de guacamole.

Y, desde luego, confieso con énfais que abandoné los dos últimos de mi otrora preferido Chucky (Palahniuk, es que nos tenemos confianza), el intérprete del asesinato del que hablaba el otro día, el penúltimo de Mailer, la megatrilogía de Javier Marías (que, a pesar de todo, volveré a intentar), el Cuarteto de Alejandría, La ciudad y los perros (ese sí me da cosilla), El libro negro de Orhan Pamuk. Y que estoy a punto de abandonar el último libro recién premiado de un escritor español al que respeto mucho por sus otras obras (y al que no menciono por pudor puro y duro), porque me está pareciendo un tostón de los gordos (no solo por el número de páginas).

También abandoné medio Ulises de Joyce, pero ese no me causa ningún reparo, porque no hay dios que lo entienda.

Y tantos otros...

PD: Este comentario se autodestruirá en... hmm, unos minutos. Lo que me lleve releerlo, morirme de vergüenza, y borrarlo de un plumazo para que no estropee mi reputación... o lo que sea.

Paula dijo...

Ar Lor dejó el siguiente comentario que, por un pequeño problema técnico (o sea, que le di al botón que no era) no ha salido:

La clave está en la reputación; la "manada" de la que depende ésta, nos condenaría al ostracismo si somos sinceros y decimos que no hemos leído el Quijote, aunque dicho de forma snob te lo puedan perdonar.
La cuestión entonces se reduce a la libertad individual, y ésta no puede ser coartada por el grupo y a partir de aquí se llega a los asteriscos de Jaime.


Sorry, Ar Lor. Es lo que tiene intentar administrar el blog desde el teléfono :)

Carlos Frontera dijo...

Yo también, en otro tiempo, sentía lástima por ese artilugio llamado libro y no me atrevía a soltarlo hasta haberle dado vuelta a la última página. Afortunadamente, con los años he ido mudando de costumbres, dejé de peinarme con la raya en medio y libro que me aburría, libro que arrojaba de inmediato a la esquina de los libros que nunca leeré.

Como a ti, también se me han atragantado algunos de los libros que figuran con mayúsculas en la historia de la literatura. Es imposible gustar a todo el mundo, me temo.

Disfruté de la manera en que contaste esto mismo, pero mejor.